La «economía del lenguaje», argumento desesperado de quienes defiende el regreso de «Carranza»

Si en un artículo anterior hablábamos de la ridícula utilización de un Silogismo Cornuto como estrategia del equipo de Gobierno para defender el nombre de «Carranza»; ahora podemos ver que algunos de los defensores de este nombre recurren al principio de Economía del Lenguaje como desesperado argumento para defender lo indefendible.

La Economía del Lenguaje se define como un proceso evolutivo enfocado a la minimización del esfuerzo invertido a la hora de hablar, escribir o expresarse en general. Es decir, un recurso para expresar lo mismo con menos palabras.

Al margen de que, histórica y popularmente, nos hayamos referido al estadio de fútbol de nuestra ciudad como «el Carranza» o simplemente «el Estadio», lo cierto es que en ambos casos se trata de un recurso de Economía del Lenguaje para referirnos al nombre que el estadio tenía hasta junio de 2021, esto es, «Estadio Municipal Ramón de Carranza», un nombre demasiado largo para usarlo de forma popular tanto en el lenguaje oral como escrito. Pero ninguno de los dos términos implica que se haya olvidado el nombre oficial, ni que se haya desconectado de la persona que le daba nombre.

Cuando lo llamábamos «el Carranza» (y cualquiera es libre de seguir llamándolo así) o «el Estadio» (como se seguirá llamando de forma popular) o de ambas maneras según las circunstancias, se sabía de sobra, y hoy se sabe todavía más, cuál era el nombre completo del estadio, así como la persona a la que rendía homenaje, salvo que se viviera en un mundo paralelo o no se quisiera saber. Si se le llamaba «el Carranza» era, sencillamente, para acortar su nombre completo, sin que ello supusiera un olvido y desconexión de su nombre oficial.

¿Estadio Carranza es un nombre despersonalizado?

Ejemplos similares tenemos muchos en nuestra propia ciudad, porque en eso somos especialistas. Pero, además, pasa con la mayoría de nombres de otros estadios dedicados a personas, como «el Bernabéu», «el Pizjuán», «el Villamarín» o el antiguo «Calderón», sin que ello signifique el desarraigo de la persona que les da nombre.

Pretender que el nombre «Carranza» como nombre del estadio quede de un plumazo despersonalizado de la persona que durante 65 años le dio nombre (Ramón de Carranza), que fue quien fue e hizo lo que hizo (cosa que, afortunadamente, ya no discute nadie) amparándose en un uso tan cotidiano como el principio de Economía del Lenguaje resulta, cuánto menos, chocante, siendo generosos.

 

Manuel Granado Palma
Plataforma Carranza Incumple